



Cuando Jesús, después de instituido el Santísimo
Sacramento del altar, salió del Cenáculo con los once Apóstoles, su alma estaba turbada, y su tristeza se iba aumentando.
Postrado en tierra, inclinado su rostro ya anegado
en un mar de tristeza, todos los pecados del mundo se le aparecieron bajo infinitas formas en toda su fealdad interior; los
tomó todos sobre sí, y se ofreció en la oración, a la justicia de su Padre celestial para pagar esta terrible deuda.





Miren el hombre,,, lo he examinado, y no hé hallado culpa
alguna en el, por lo tanto lo castigare y despues lo dejare en libertad!.
Pilatos preguntó por tercera vez: "Pero, ¿qué mal ha hecho?
Yo no encuentro en Él crimen que merezca la muerte. Voy a mandarlo azotar y dejarlo".
Pilatos, juez cobarde y sin resolución, había pronunciado
muchas veces estas palabras, llenas de bajeza: "No hallo crimen en Él; por eso voy a mandarle azotar y a darle libertad".





Entonces Jesús dijo: "¡Todo está consumado!". Después alzó
la cabeza y gritó en alta voz: "Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu". Fue un grito dulce y fuerte, que penetró
el cielo y la tierra: en seguida inclinó la cabeza, y rindió el espíritu.
cuando el Señor murió, la tierra tembló.

Verdaderamente era hijo de Dios, el hombre mas grande de
todos los tiempos.
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